viernes, 6 de mayo de 2011

LA ESPIGA AMOTINADA: POESÍA Y HUMANISMO DE LOS AÑOS SESENTA EN MÉXICO








Hay hombres que luchan un día y son buenos.

Hay otros que luchan un año y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.

Pero hay los que luchan toda la vida:

esos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht.

La espiga amotinada

Al comenzar la década de los años sesenta, nacía en México una promoción de poetas que se reunieron bajo el abrigo de un nombre paradigmático: La espiga amotinada. Éste fue el título de un primer libro[1] en el que se reunieron cinco jóvenes con la inquietud de publicar su obra poética: Juan Bañuelos (1932), Óscar Oliva (1938), Jaime Augusto Shelley (1937), Eraclio Zepeda (1937) y Jaime Labastida (1939). A pesar de que en aquellos años el panorama de la poesía en México estaba casi en su totalidad abarcado por el “cuadrilátero de los sesenta” (Montes de Oca, Pacheco, Zaid y Aridjis), el grupo de La espiga amotinada se aventuró a escribir poesía limpia y disidente, publicando la primer antología en 1960 de la que toman su nombre y una segunda obra también antológica, cinco años más tarde, Ocupación de la palabra. Estos cinco poetas son, al día de hoy —hay que decirlo con justicia—, un sólido referente de nuestra mejor poesía.

La actitud de estos poetas fue muy semejante a la que nació en Taller: unir la palabra y el acto, hacer de la poesía una acción, una revolución. Sólo que, para poder decir esto en los años sesenta, la actitud tenía que tener, por necesidad, un mayor atrevimiento: los poetas de La espiga amotinada pensaron que ejercer la poesía es algo inseparable del cambio de la sociedad. Octavio Paz, hablaba, refiriéndose a la actitud adoptada por el grupo, de una “cierta ingenuidad” aunque por otro lado, la aplaudió[2]. Lo que es cierto, es que resulta inconcebible otra actitud o una creencia diversa cuando se es un poeta joven: la poesía es un fuego rebelde que guarda una promesa entre sus llamas: la capacidad de hacer arder lo corrompido para germinar un mundo —ya no hay otra forma de decirlo— más libre y justo. Pero lo que estos poetas trataron de rescatar no es la poesía, no es la historia ni la revolución —ya sea la de clases o la que corresponde al lenguaje poético. Lo que quieren rescatar es al hombre mismo. Agustí Bartra escribió el prólogo para la primera edición de La espiga amotinada y se refiere a ellos como poetas humanistas; y es que, tomando en cuenta la actitud de aquellos poetas de los sesenta, no cabe la duda: habían decidido volver a creer en el hombre. Se trata de un humanismo nuevo, con la misma actitud de sus padres poéticos (el grupo de Taller) pero con una mayor violencia lírica, que —ante la realidad cambiante del mundo y del México de aquellos años en que una crisis para la libertad se anunciaba en el umbral—, propone un hombre que Agustí Bartra describe como “El hombre que es, pero a quien serlo no basta, se fuerza a decisiones vitales y espirituales en que el quehacer poético se utiliza como elemento de comunión y de amor”[3]. El prólogo, sensible y crítico a la vez, cierra con unas sentidas palabras que resumen la actitud adoptada por el grupo:

La eternidad es siempre joven, y en el hombre, dentro de la intuición del ser, canta el sentido de la tierra. Muy a menudo pienso que el poeta dice únicamente a los hombres, en múltiples variantes y acentos, esto: Hay que heredar la tierra, hermanos...[4]

En La espiga amotinada cada poeta publicó un poemario completo, con un discurso bien definido y en armonía con los demás. Como antesala a sus poemarios, comenzaron con una declaración poética. Las ideas que manejan, efectivamente, se revelan como herederas del canon de Taller, con juvenil euforia pero no sin menos rabia e indignación moral. Los poetas de Taller nacen antes de las dos guerras pero como sabemos, generan gran parte de su obra de juventud antes del gran cataclismo del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial. Los herederos de este “canon”, por decirlo así, nacen después de las dos guerras, viven el clima de cambio de los cincuenta y, posteriormente, viven los conflictos de los años sesenta: la represión estudiantil en México, los fraudes en el gobierno y la revolución corrompida, los puntos más álgidos de la Guerra fría, el mundo bipolarmente irreconciliable, la represión de las ideas socialistas y comunistas mientras leen a Marx, a Marcuse, a Gramsci y ven desarrollarse a la Revolución cubana con el telón de fondo del deseo hegemónico y tiránico de los Estados Unidos en la sangrienta guerra de Vietnam... Es una generación, hablando no sólo de los poetas, sino de la juventud mexicana nacida por aquellos años, que tras una larga decepción se decide finalmente a creer en el cambio. ¿Cómo iban a adoptar, entonces, otra actitud distinta a la subversión? Por otra parte, la poesía, en tanto actividad puramente humana, no puede ser más que combativa, es su propia naturaleza: su corazón es la armonía, su rostro la disidencia. El grupo se decide a recuperar al hombre del abismo, ir de nuevo al principio y curar la herida original: mirar con nuevos ojos al hombre adánico. Y para ello llega Óscar Oliva con palabras prístinas:

Abro las manos:

en mis venas, la luz de mi sangre es llama.

Soy el primero, el último,

el primer Adán que se cortó las venas

para ver su corazón lleno de palomas.

Soy Adán en busca de pájaros, de hierbas, de raíces.

[…]

Soy Adán y sangre.

Soy la sangre del hijo.

El hijo de mi padre,

el dolor de mi madre, soy[5].

En otras palabras: al ser poetas del hombre, no quieren curar la culpa —porque no la hay— sino reafirmar la primigenia inocencia humana. No temieron a cargar con esta responsabilidad y se atrevieron a decir, para buscar aquella inocencia original: “que una tarea nos fuese encomendada a los jóvenes: la transformación de una sociedad convertida en purgatorio”, porque “lo que nos pertenece es la vida. Es deber nuestro buscar un arte que la nombre[6]. De esta manera, habrá que asirse de algo que jamás puede dejar de existir porque significará la muerte: la esperanza. Bañuelos, el primero en aparecer en el libro, se atrevió a decir:

No vivió la rosa más allá de su aroma.

Ni existió el pájaro más acá de su canto.

Jamás fue el agua dueña de su forma

ni existió la lágrima fuera de su llanto.

Todo tiene su asidero.

Esperanzadamente me sostengo

en el aire, en la tierra, en el agua

y en el fuego[7].

Una muy notoria indignación moral no tarda en hacerse presente en sus poemas mostrando la herencia de algunas voces anteriores, en parte en el acento, pero sobre todo en el tema de fondo que es el humanismo. Cuando Bañuelos dice con una prosa elegante:

Un hombre como yo dentro de mí viaja en mi sangre, y sabe de fundaciones de ciudades, de riberas frescas, de ríos lentos como el remar de los canoeros, de calles y de casas idénticas al corazón del hombre[8]

nos recuerda aquella rabia paradójicamente serena de Jaime Torres Bodet cuando en un poema admirable, pero poco conocido, intenta rescatar al hombre de su abandono y la miseria que él mismo se ha construido con la civilización moderna.

Un hombre muere en mí,

Siempre que un hombre muere asesinado

por el miedo y la prisa de otros hombres.

Un hombre como yo,

gestado en las entrañas de una madre oculta […][9]

La obra de Bañuelos se abre con unas palabras que funcionan como una confesión, son palabras con las que expone cuál es su poética, palabras que su corazón le dictó para dejar muy claro su papel en el escenario lírico de México, frases que revelan una búsqueda de fraternidad y lucha:

La poesía de hoy [años sesenta] debe estar orientada como una “violencia organizada” en contra del lenguaje poético y el cotidiano, que están al servicio de una clase en decadencia, la que hace que esos lenguajes sean retóricos y conservadores.

[…]

Poeta de mi tiempo, crónica no más de un mundo ávido de pan y de concordia, dejo aquí, pues, mi primer testimonio[10].

El grupo se declara en contra de todo aquello que no quisiera atender al corazón de los hombres. Luchadores comprometidos cuya tarea sería hablar y pelear para lograr del mundo un lugar que fuera digno de vivirse. Así, mediante el poema se buscará mermar los miedos y atender a las heridas, alejar la injusticia y la muerte porque todo queda en el papel: con la poesía logramos “hacérnosla visible”, diría Jaime Augusto Shelley. Revolucionarios en el fondo más que en la forma porque saben que “caminar entre los hombres, no es lo mismo que caminar con los hombres…[11]” Creer en la palabra será volver a creer en el hombre. Ésta es una actitud que refleja el sentido más básico del quehacer poético —que no obstante suele olvidarse en una sociedad como la que les tocó vivir a estos poetas en su juventud, no menos estéril y cruel que la de hoy—. Este sentido es que la poesía no pretende hacer más bello el mundo y mucho menos ser un divertimento: se hace poesía porque somos humanos. Y al hacerla recordamos que lo somos. Los poetas de La espiga amotinada, nos recuerdan que “Pensar que la poesía es producto de hombres dirigida a hombres y no a otra cosa, es lo que en verdad importa.[12]” Eraclio Zepeda construye ese anhelo de comunión entre los hombres y con el mundo, como si fuera el primer día de todo cuanto existe:

Soy un hombre que vive con el viento,

con el pájaro, con la nube, con la noche.

Vivo con todo lo que busca

un espacio preciso, en donde

anidar el espíritu lleno de gritos.

Tengo un espíritu ancho de universo,

y a la luna enredada entre mis nervios.

Soy libre:

leopardo encuevado en las mañanas;

jabalí que se pierde en el crepúsculo.

Viento soy[13].

Estos cinco poetas nos enseñan la capacidad de asombrarse como el niño que ve por vez primera la inmensidad del mar, como el hombre que ve por última vez el firmamento. Ésta es la causa y el asombro, la desdicha que es también la gloria, de saberse caminando por el mundo:

Estamos en la búsqueda de nuestra propia realización. Y hemos visto muchas cosas por primera vez sobre la tierra: los poetas ven siempre por primera vez. Y hemos creído en el hombre[14].

Es el deseo sencillo y humilde, pero no por ello menos combativo, de recobrar la esperanza. Poetas jóvenes mirando hacia delante, soñaron con un país que podía ser diferente, una sociedad de paz creativa y de construcciones humanas. Puede pensarse que esta actitud, después de muchos acontecimientos atroces de la historia, pudiera parecer ingenua: “hacer sonreír”, dijo Octavio Paz[15]. Adorno nos preguntó si después de Auschwitz era posible seguir escribiendo poesía. La pregunta sigue inquietando. Sin embargo, si volvemos a leer las páginas de La espiga amotinada, no podemos ignorar un llamado que no puede morir. Esos versos nos siguen llamando al oído y es un deber no dejar caer esta exhortación en el olvido:

¡A construir, sobre estas ruinas que son una derrota,

piedra sobre piedra,

sangre sobre sangre,

la torre que hereden nuestros hijos![16]


Ocupación de la palabra

Cinco años más tarde, el grupo vuelve a aparecer (reunido con el mismo nombre), con una nueva publicación titulada Ocupación de la palabra. En esta ocasión, el grupo no expresa su poética ni presenta ningún prólogo. Se limitaron a publicar sus poemas con la misma actitud emprendida cinco años atrás, pero incursionando en nuevas formas y experimentando otros temas. Es el mismo humanismo que surge ahora con la cadencia y seguridad que brindan los años. En la voz de Juan Bañuelos se nota una ligera violencia con poemas menos retóricos, en los que la anécdota se nos aparece como un ave de presa. Esta vez dirá sin temor y llanamente sus intenciones y los sentimientos que le impulsan:

Quiero aclarar mi voz y encabronarme

Después de tanta furia y tanta pena.

Quiero decir la humanidad

Doliéndole el planeta[17].


La consecuencia será una “poesía de la experiencia”. Así es como llega el pueblo de México, a conversar con nosotros desde el poema:

La tarde comenzó a soplar

Su rencor contra la noche.

Yo caminaba

En una larga calle de comercio

Donde la gente compraba vestidos,

Comestibles, o simplemente

Miraba.

—¡Pase usted, ésta es la casa que vende más barato!

¡Pase usted![18]

Es como si la voz de otros personajes encarnara en el poeta mismo con aquella actitud de rebeldía y deseo de justicia. Al leer estos versos, estamos de nuevo ante la idea antigua —no por ello gastada— del poeta como la voz de todos, porque por la boca del poeta hablan todos los seres y en su lengua habita el grito del pueblo:

Aquí en México escribo estas palabras.

Juan me llamo:

No soy nadie

Y soy el pueblo

[…]

Yo fui el autor;

Lo que suena a dolor me suena a pueblo.

Nací en el Sur. Mi nombre:

Juan Bañuelos.[19]

A cinco años de su primera incursión editorial, estos poetas ya han madurado no sólo en el sentido poético sino en un sentido social: lo que antes era una lucha abstracta en contra de problemas reales pero vividos como lejanos, se transforma en la realidad de las calles de la ciudad. De esta manera, lo anecdótico en el poema se erige y se encarna en el pueblo mexicano que tienen delante de sí: abren los ojos a la realidad de aquella década de los años sesenta que marcaría para siempre a toda una generación de jóvenes. Oscar Oliva es tal vez el más desesperanzado de los cinco poetas del grupo, el que con palabras de soledad, con acento afilado que hiere con ternura, nos recuerda aquella realidad con la que se tropieza:

En un país en donde

nunca es posible caminar de noche

a gusto

con las manos tranquilas en la bolsa

sin miedo a contraer los pasos

yo habito[20]

Llegan los temas de la sociedad, la rabia apenas contenida contra la injusticia y aparece así, entre versos, la ciudad, uno de los temas modernos por excelencia. Es la ciudad contemporánea que no hace cantar a los poetas por sus formas ni anuncios porque ya ha dejado de ser un espectáculo. No llaman tanto la atención los anuncios, los automóviles o las máquinas deshumanizadas que fascinaron a los poetas simbolistas o posteriormente a las vanguardias. Concretamente en México, los estridentistas escribieron sobre las cosas de la ciudad, si bien, como toda poesía, desbordaban sentimientos entre sus versos. Manuel Maples Arce cantó amargamente —a pesar de apellido tan dulce— entre helicópteros, aeroplanos, trenes, telégrafos y anuncios eléctricos las experiencias vividas en la ciudad. Importaba más el escenario, la urbe en sí, que los actores. Lo que ahora —en aquellos años sesenta— hace vibrar el pecho del poeta es la gente que en ella habita. En los versos de los poetas, al menos después del cambio que se suscita en los años cuarenta, mismo que es notorio con la publicación de Laurel[21], toman vida los otros. Ahora es tiempo de hablar de una ciudad que fascina o causa horror porque es el escenario real de la otredad. Es también la ciudad como un perpetuo cambio y eterna construcción. En ella habita el hombre contemporáneo, el hombre de la ciudad de hoy, que es un hombre entre muchos otros, su soledad es promiscua y camina perdido en la multitud[22].

La Ciudad de México, en este caso, se vuelve una gran protagonista en los poemas de Ocupación de la palabra porque son sus años de transformación. Una ciudad que en pocos años se volvió otra, un poco amorfa, un poco ajena, recipiente de múltiples historias y la casa de un mundo entero. Jaime Labastida, comenzando con un imperativo, invitaba al lector a mirar de nuevo la ciudad con todo y sus protagonistas:

Mira cómo, desde este exilio de cemento,

se extiende la ciudad, a nuestras plantas.

De aquí partían los mercaderes rumbo a España.

[…]

En este oscuro cuarto

un pedazo de historia se fabrica;

en aquel otro, un hombre sueña con mujer

pero en su lecho sólo la luna

abraza sus muslos y torso.

[…]

Y el cielo desploma su ceniza,

la facilidad de la muerte.

Es la ciudad de México,

que anuncia su verano.[23]

Labastida se ocupó, como el resto del grupo, en mostrar una realidad que deseaban cambiar. Esa inconformidad de juventud, siempre rebelde y siempre acertada, les llevó a mirar las calles y las plazas, la gente y sus oficios, con los ojos siempre puestos en el prójimo:

La miseria tiene color de pueblo,

es amarilla, suda.

El mercado nos tritura los huesos.

Porque aquí,

el trabajo es casi muerte.[24]

Tiempo después, siguiendo la trayectoria del grupo, no faltó quien dijera que nunca había logrado cosechar nada. Los poetas se separaron, y aunque continuaron con su obra poética, cada quien siguió el camino que la vida quiso dictarle. Y es que con la actitud rebelde —para algunos ingenua— que adoptó el grupo de La espiga amotinada, se esperaban muchos frutos, al menos más que dos libros colectivos de versos. Dejaron, sin embargo, una semilla luminosa. El nombre que adoptaron parece revelarnos muchos secretos, además de la disidencia: después de todo ¿una espiga no es a la vez, semilla y fruto ?

La historia ha demostrado, tristemente, que la poesía muy difícilmente cambia el mundo. No hay que esperar que se transforme en acto: es un acto ella misma y el verdadero valor está en que humaniza. Puede divertir, es cierto, y propiciar la risa; puede acompañar al llanto y ser refugio y consuelo ante el dolor. Pero por encima de todo, nos demuestra que somos algo más que mercancía y músculo. Diciendo esto, sólo hay que escuchar el canto en los versos sensibles de Bañuelos:

Vivo,

Eso sucede:

¡vivo!

Y este grito desata una tormenta.[25]


Bibliografía

  • Bañuelos, Juan [et al.]. La espiga amotinada, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1960.
  • Bañuelos, Juan [et al.]. Ocupación de la palabra – Nuevos poemas de La espiga amotinada, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1965.
  • Paz, Octavio (comp.). Poesía en movimiento, (selección y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis), Siglo XXI editores, México, 2006.
  • Laurel – Antología de la poesía moderna en lengua española. (Comp. Villaurrutia, Xavier; Prados, Emilio; Gil Albert, Juan; Paz, Octavio) 1ª edición en Edit. Séneca, México, 1941. 3ª reimpresión en Edit. Trillas, México, 2003.

Publicado en Opción (Revista del alumnado del Instituto Tecnológico Autónomo de México), ITAM, Año XXIX, No. 154, 2008.


[1] Bañuelos, Juan [et al.]. La espiga amotinada, Fondo de Cultura Económica, México, 1960.

[2] Cfr. Paz, Octavio. Prólogo a Poesía en movimiento, Siglo XXI editores, México, 2006, p. 28.

[3] Bartra, Agustín. Prólogo a La espiga amotinada, op. cit., p. 8.

[4] Ibíd., p. 16.

[5] Oliva, Óscar. “LA HORA DE LOS SOLES ANTIGUOS” (Fragmento) del libro La voz desbocada, en La espiga amotinada, op., cit., pp. 68-69.

[6] Labastida, Jaime en La espiga amotinada, op. cit., pp. 199-200.

[7] Bañuelos, Juan. “ESENCIA REAL” (canto II), del libro Puertas del mundo, en Ídem., p. 30.

[8] Ídem., p. 11.

[9] Torres Bodet, Jaime. “CIVILIZACIÓN” (Fragmento).

[10] Bañuelos, Juan. “ESENCIA REAL” (canto II), del libro Puertas del mundo, en La espiga amotinada, op. cit., p.20.

[11] Shelley, Jaime Augusto en Ídem., p. 111.

[12] Zepeda, Eraclio en Ídem., p. 159.

[13] Ibíd., “SEGUNDO SOL” (Fragmento) en Ídem., p. 166.

[14] Oliva, Óscar en Ídem., p. 64.

[15] Cfr. Paz, Octavio. Prólogo a Poesía en movimiento, op.cit., p. 28.

[16] Labastida, Jaime. “LA FÁBULA DEL FUEGO” (Fragmento), del libro El descenso en Ídem., p. 208.

[17] Bañuelos, Juan. “VIVO, ESO SUCEDE” (Fragmento), del libro Escribo en las paredes, en Ocupación de la palabra – Nuevos poemas de La espiga amotinada, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 11.

[18] Bañuelos, Juan. “HUELGA DE HAMBRE” (Fragmento), en Ídem., p. 71.

[19] Ibíd., p. 71.

[20] Oliva, Óscar. “(EN UN PAÍS) (Fragmento), en Ibíd., p. 115.

[21] Laurel – Antología de la poesía moderna en lengua española. (Comp. Villaurrutia, Xavier; Prados, Emilio; Gil Albert, Juan; Paz, Octavio) 1ª edición: Edit. Séneca, México, 1941. 3ª reimpresión en Edit. Trillas, México, 2003.

[22] Cfr. Paz, Octavio. Epílogo a Laurel, op. cit., p. 507.

[23] Labastida, Jaime. “CIUDAD BAJO LA LLUVIA” (Fragmento), del libro La feroz alegría en Ocupación de la palabra, op. cit., p. 235-237.

[24] Ídem., “MERCADO A MEDIO DÍA”, (Fragmento) en Ídem., p. 244.

[25] Bañuelos, Juan. “VIVO, ESO SUCEDE”, (Fragmento) del libro Escribo en las paredes, en Ídem., p. 12.

10 comentarios:

Luis Carlos dijo...

Hola Javier,

Me encantó tu árticulo, muchas gracias.

Tengo poco de comenzar a adentrarme en el mundo de la poesía, he estado estudiando y leyendo obra y un poco de biografía y contexto de algunos poetas mexicanos.

Con tu ensayo lograste cautivar mi interés en éste grupo de poetas y quisiera leer un poco más de su vida y obra.Si cuento con algunos libros de poemas de la mayoría de ellos pero son de antologías generales cómo la que tu citas (Poesía en Mov.), quisiera que me recomendaras obras especificas (las que consideres mas relevantes) de algunos de ellos o si optará por buscar un tómo de obras completas de alguno de ellos,¿por cúal te irías tu?.

Espero puedas darme una orientadita,

Saludos,

Luis Carlos

Javier Villaseñor Alonso dijo...

Hola Luis Carlos. Gracias por tu comentario y disculpa la tardanza de la respuesta. Creo que lo más representativo de estos poetas "como grupo" es lo reunido en las dos obras que se citan en el artículo: La espiga amotinada y Ocupación de la palabra. En estos libros se define gran parte de su poética, no sólo en los poemas mismos, sino en los comentarios que les anteceden. De las obras en solitario, pienso en "Animal de silencios" de Jaime Labastida (es prácticamente su obra completa). De Juan Bañuelos "A paso de hierba", poemas sobre Chiapas, o "Espejo humeante". De Jaime Augusto Shelley "la rueda y el eco", que es el libro del que se desprenden los poemas antologados en "la espiga..." y en "ocupación..." También "Concierto para un hombre solo", es posterior. De Eraclio Zepeda vale la pena conocer su obra en prosa: "Benzulul", un libro de cuentos. De Óscar Oliva, tal vez "Estado de sitio" sea su obra más conocida. Saludos,
J.

norma hernandez dijo...

HOLA QUISIERA SABER SI EXISTE ALGÚN POEMA DE JUAN BAÑUELOS QUE SE LLAME "QUEDAMOS ABRAZADOS"

Glu Glu dijo...

Muy buen trabajo, puntual y equilibrado. Y un recomendable punto de partida para aquellos que deseen explorar en las contrastantes personalidades de estos autores. Gracias por compartirlo.
Bernardo Ruiz

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

ALEGORÍA A LA ESPIGA

Yo soy la espiga que gime
ante el embate del viento
y me doblo hasta ser fuerte,
atenta a su movimiento,
y observo al cielo que esgrime
el aguacero violento.
Y al pajarillo que acierta
a mi planta hacer su nido,
oigo también el gañido;
del matacán de la liebre
sus ojos rojos de fiebre
ante los fieros ladridos
de los galgos y podencos.
Y en la noche silenciosa
a los seres afligidos
que reptan sobre la tierra
en la claridad lechosa
tutelar de las estrellas.
Y me entero de querellas
que hay entre erguidos y rencos
y los misterios que encierra
el renacer de la vida.
Ajustado a la medida
que me siembran en otoño
y convertida en retoño
prontamente me hago adulta,
y determina y faculta
que intervenga el segador
al alba madrugador
sea con tractor o la hoz
ciego y sordo ante mi voz,
que le suplico clemencia
y quiero adquirir más ciencia
y con mi tallo marchito.
Remontarme al infinito
donde reinan las espigas
y decir dulces amigas,
en la nueva encarnación,
esmeraros con afán
en ser orondas y hermosas,
gentiles como las rosas,
pues el Occidente ahíto
ya por nada se conmueve
pendiente de los mercados,
comen y están desolados,
si la acción no renta un nueve.
Procrear sin dilación
y las legiones de hambrientos
parias de la humanidad
con nosotras hagan pan.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho


Saturnino Caraballo Díaz dijo...

EL ESPIGUEO

Siguiendo a los segadores,
llevando saco o costal,
por pajizo cebadal
íbamos espigadores.

Y así quedando el rastrojo
limpio de paja y de grano,
y despejado el majano,
y desabrido el abrojo.

Luego el rebaño de ovejas
penetraba haciendo el resto,
todo dentro del contexto
de arrumbar las cosa viejas,

Y con los fríos de otoño
el rastrojo era barbecho,
y con el ciclo ya un hecho
era tiempo de retoño.

Y de nuevo la cebada
brotaba sobre la tierra,
y la riqueza que encierra
allí se hallaba asomada.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho







Saturnino Caraballo Díaz dijo...

LA SIEMBRA DEL BARBECHO

La mano vuela y lanza la semilla
que cae blanda en fértil ya el barbecho,
y la tierra núbil sirve de lecho
hasta tornarse seca y amarilla.

Ya sobre la tierra espejea y brilla
cercada por los pájaros de acecho,
que picando anulan el aprovecho
del grano reservado hacia la trilla.

Uncida y en collera va la yunta
que abre besana de una a otra punta
con la reja motora del arado.

En un campo brumoso del otoño
donde la mies invernal ya es retoño
del trigo que ha nacido en el cercado.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

EL GAZPACHO DE LOS POBRES
A mis padres

En las ardorosas tardes de siega
y en las no menos de agobio de trilla,
surcaba el cielo la franja amarilla
y el cansancio se batía en repliega.

La manta extendida el mantel despliega,
y el suelo era nuestro asiento de silla,
y en la tarreña está la maravilla
cuya visión nos inunda y anega.

La pueblerina cuchara en madera,
en la tarreña el humilde gazpacho,
la paz sublimando la paz en la era,

y uncidos triscan la mula y el macho
y un lienzo que enmarcó y fue la frontera
de infancia pobre y feliz de un muchacho.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

DÍAS DE SIEGA

En los extensos días del verano
cuando julio se asoma al horizonte,
pinos del Tabalón pinar del monte
cosechaba mi padre paja y grano.

Detrás ya recogiendo con la mano
las espigas del pan con que se afronte,
el otoño e invierno de desmonte
del vuelo pavoroso del milano.

Con el mango de la hoz sobre la palma,
y el dedil como un crótalo engastado,
y olor a bálago y polvo de tamo.

Durmiendo en la besana sobre enjalma
del pajuz del barbecho despojado,
de la espiga llamada a su reclamo.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho

Saturnino Caraballo Díaz dijo...

A LA VIRGEN DEL ROBLE DE MONTERREY
GEMELA DE LA DE CENICIENTOS

En coincidencia asombrosa
que comparte Monterrey,
pueblo de Dios somos grey
que comparten Milagrosa.

De nuestra Virgen se cuenta
que ante un peligro inminente,
por invasión de repente,
la ocultan y los alienta.

Mas el peligro pasado,
vuelta la normalidad,
la imagen de la deidad
en el lugar no es hallado.

La descubren sobre el roble
en un día de tormenta,
y allí el pueblo la frecuenta
a los sones de un redoble.

Al tiempo nuestros mayores
le levantan una ermita,
y allí la Virgen bendita
les recibe entre fervores.

El roble allí permanece
de la ermita en un costado,
y la sirve de entoldado
cuando la noche aparece.

Entre tanto en Monterrey,
misioneros franciscanos,
llevan por los altiplanos
nueva religión y ley.

Aborígenes la siguen
y otros se ven obligados
a seguirla doblegados
y otros la imagen persiguen.

Se produce una revuelta
y mexicas aguerridos
se hartan de ser sometidos
y al rencor dan rienda suelta.

Y a la Virgen los cristianos
temiendo verla perdida,
la ocultan bien escondida
del furor de los paganos.

En el tronco de un roble hueco
han hallado un escondrijo,
un refugio y un cobijo
expandido por el eco.

Y aquel eco lo percibe
una humilde pastorcilla
de las de saya y toquilla
que en susurros lo recibe.

Y nueva Virgen del Roble
existe en la cristiandad,
con visos de eternidad
con retumbar de redoble.

Cenicientos Monterrey,
y Monterrey y Cenicientos
van en alas de los vientos
y de igual Virgen son grey.

Saturnino Caraballo Díaz
El Poeta Corucho