lunes, 9 de mayo de 2011

La noche prefiere a los hombres alados


Un hombre alado prefiere la noche.

Gustavo Cerati

El ladrido o el silencio que arranca el nombre a la noche

El patio atravesado por un dolor de muelas

La noche atravesada por un dolor de amanecer

El rumor del que se sabe dormido y espera el fulgor de ese amanecer como una mano de luz

como un ala de luz en el aleteo fugaz de los trenes nocturnos

como aves heridas por el perdigón de la noche y sus dardos de tiempo

La complicidad de quienes comparten la noche como el pan negro que alimenta al crepúsculo

como el pezón negro que habrá de amamantar al amanecer hasta el final de los tiempos

Es esta verdad de quienes contemplan a la ciudad envuelta de noche

Es tu plegaria del que mira la noche como a una joven actriz que no ha aprendido a maquillarse

Pero es tu obstinación de reír detrás de los espejos

tu obstinación de sembrar semillas que venzan los malos tiempos

tu obstinación de sembrar sueños que atraviesen la noche

para acabar de germinar algún día cuando las semillas hayan vencido los malos tiempos

Porque todo es claro en la revelación del deseo

en las declaraciones que rinde el sol al juez del poniente

en el discurso que dictará el amanecer al aleteo fugaz de los trenes nocturnos

Mejor, entonces, que el poder comience su colección de fantasmas y su invocación de vacíos

Que inaugure su insomne vocación de epitafios

cuando ningún espejo sea eterno, cuando ningún llanto sea eterno

cuando la obstinación de reír se acabe detrás de los espejos

cuando la obstinación de llorar eche raíces detrás de los espejos

Es la complicidad de los que observan la noche tendiendo sus redes

para cazar a los que se alimentan de poder y devoran retórica

más allá de todos los trenes nocturnos

más allá de la oración del grillo y tu jardín de navajas

Ahí donde la noche al fin calle su nombre para no revelar el secreto de los que mueren dormidos

Ahí donde el día se maquille de ocaso y espera

Ahí donde el tiempo desenvaine su espada y la noche al fin se haga herida

para lamentar el dolor de los que ríen a solas

para lamentar la soledad de los que encuentran bufones detrás de los espejos

Ahí donde la herida acompaña el aleteo fugaz de los trenes nocturnos

Ahí donde florece tu nombre en la noche

como los huesos de tus antepasados

como un girasol que ignora estar herido por el tiempo

Así has venido hasta este matorral de preguntas entrelazadas

a volcar de nuevo el camaleón y la risa

lo que hay de vida en los trenes nocturnos

lo que hay de muerte en los trenes nocturnos

Has venido a saciar la sed de los hombres culpables

Has venido a hallarte las alas

porque sabes que la noche prefiere siempre a los hombres alados

Porque sabes que no hay camino para el hombre que busca sus pasos

para el hombre que encuentra espinas y matorrales de preguntas entrelazadas

para el hombre que sin buscar encuentra el resto del ave

para que puedan crecerle de nuevo las alas

Así has venido hasta este matorral de preguntas entrelazadas

a este mito nocturno, a este vuelo nocturno

A este mito de ciudad que busca el sueño del oprimido

el sueño del loco y el fantasma que se lava las manos detrás del espejo

Hoy también eres la gota y la espina de sangre

para encontrar todo lo que te precede en la noche

en que las luciérnagas brillan como el nombre luminoso de los muertos

Tú también conoces el dolor y el aullido de la memoria

Tú también has bebido el agua de esta historia

Has llorado en la pila de este bautismo

en esta noche que se aposenta en tu corazón igual que un perro abandonado

Porque es la furia o el dolor de saber que hay algo más aquí que esta madeja de sueños

este matorral de preguntas entrelazadas

este aleteo fugaz de trenes nocturnos

Porque también has probado el sabor salobre de la caricia y el retrato

Porque también conoces la mordida del sueño

y la cicatriz de luz que deja en el corazón la palabra dulce de los muertos

Tú, como ellos, conoces el matorral de la duda

y con todos los niños que atraviesan el espejo

masticas el dolor de todos los hombres culpables

En este día en que los vivos roen la eternidad y sus huesos

En este día en que la sangre ha encontrado su ración de lágrimas y libertad detrás del espejo

para llegar a cenar a tiempo y celebrar su antiguo nacimiento

Una libertad como cualquier otra pero con el fulgor fugaz de los trenes nocturnos

para entorpecer el delirio y su antigua tarea

Y ahora aceptas tu vocación de ala porque has hallado el resto del ave

Ahora que estás ensordecido por tu propio silencio

porque hoy también hay muchos patios que atravesar con dolor de muelas

porque hoy también hay noches que atravesar con dolor de amanecer

cuando en la distancia se escuchen los trenes nocturnos

y un par de alas sobrevolando el vacío

viernes, 6 de mayo de 2011

LA ESPIGA AMOTINADA: POESÍA Y HUMANISMO DE LOS AÑOS SESENTA EN MÉXICO








Hay hombres que luchan un día y son buenos.

Hay otros que luchan un año y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.

Pero hay los que luchan toda la vida:

esos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht.

La espiga amotinada

Al comenzar la década de los años sesenta, nacía en México una promoción de poetas que se reunieron bajo el abrigo de un nombre paradigmático: La espiga amotinada. Éste fue el título de un primer libro[1] en el que se reunieron cinco jóvenes con la inquietud de publicar su obra poética: Juan Bañuelos (1932), Óscar Oliva (1938), Jaime Augusto Shelley (1937), Eraclio Zepeda (1937) y Jaime Labastida (1939). A pesar de que en aquellos años el panorama de la poesía en México estaba casi en su totalidad abarcado por el “cuadrilátero de los sesenta” (Montes de Oca, Pacheco, Zaid y Aridjis), el grupo de La espiga amotinada se aventuró a escribir poesía limpia y disidente, publicando la primer antología en 1960 de la que toman su nombre y una segunda obra también antológica, cinco años más tarde, Ocupación de la palabra. Estos cinco poetas son, al día de hoy —hay que decirlo con justicia—, un sólido referente de nuestra mejor poesía.

La actitud de estos poetas fue muy semejante a la que nació en Taller: unir la palabra y el acto, hacer de la poesía una acción, una revolución. Sólo que, para poder decir esto en los años sesenta, la actitud tenía que tener, por necesidad, un mayor atrevimiento: los poetas de La espiga amotinada pensaron que ejercer la poesía es algo inseparable del cambio de la sociedad. Octavio Paz, hablaba, refiriéndose a la actitud adoptada por el grupo, de una “cierta ingenuidad” aunque por otro lado, la aplaudió[2]. Lo que es cierto, es que resulta inconcebible otra actitud o una creencia diversa cuando se es un poeta joven: la poesía es un fuego rebelde que guarda una promesa entre sus llamas: la capacidad de hacer arder lo corrompido para germinar un mundo —ya no hay otra forma de decirlo— más libre y justo. Pero lo que estos poetas trataron de rescatar no es la poesía, no es la historia ni la revolución —ya sea la de clases o la que corresponde al lenguaje poético. Lo que quieren rescatar es al hombre mismo. Agustí Bartra escribió el prólogo para la primera edición de La espiga amotinada y se refiere a ellos como poetas humanistas; y es que, tomando en cuenta la actitud de aquellos poetas de los sesenta, no cabe la duda: habían decidido volver a creer en el hombre. Se trata de un humanismo nuevo, con la misma actitud de sus padres poéticos (el grupo de Taller) pero con una mayor violencia lírica, que —ante la realidad cambiante del mundo y del México de aquellos años en que una crisis para la libertad se anunciaba en el umbral—, propone un hombre que Agustí Bartra describe como “El hombre que es, pero a quien serlo no basta, se fuerza a decisiones vitales y espirituales en que el quehacer poético se utiliza como elemento de comunión y de amor”[3]. El prólogo, sensible y crítico a la vez, cierra con unas sentidas palabras que resumen la actitud adoptada por el grupo:

La eternidad es siempre joven, y en el hombre, dentro de la intuición del ser, canta el sentido de la tierra. Muy a menudo pienso que el poeta dice únicamente a los hombres, en múltiples variantes y acentos, esto: Hay que heredar la tierra, hermanos...[4]

En La espiga amotinada cada poeta publicó un poemario completo, con un discurso bien definido y en armonía con los demás. Como antesala a sus poemarios, comenzaron con una declaración poética. Las ideas que manejan, efectivamente, se revelan como herederas del canon de Taller, con juvenil euforia pero no sin menos rabia e indignación moral. Los poetas de Taller nacen antes de las dos guerras pero como sabemos, generan gran parte de su obra de juventud antes del gran cataclismo del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial. Los herederos de este “canon”, por decirlo así, nacen después de las dos guerras, viven el clima de cambio de los cincuenta y, posteriormente, viven los conflictos de los años sesenta: la represión estudiantil en México, los fraudes en el gobierno y la revolución corrompida, los puntos más álgidos de la Guerra fría, el mundo bipolarmente irreconciliable, la represión de las ideas socialistas y comunistas mientras leen a Marx, a Marcuse, a Gramsci y ven desarrollarse a la Revolución cubana con el telón de fondo del deseo hegemónico y tiránico de los Estados Unidos en la sangrienta guerra de Vietnam... Es una generación, hablando no sólo de los poetas, sino de la juventud mexicana nacida por aquellos años, que tras una larga decepción se decide finalmente a creer en el cambio. ¿Cómo iban a adoptar, entonces, otra actitud distinta a la subversión? Por otra parte, la poesía, en tanto actividad puramente humana, no puede ser más que combativa, es su propia naturaleza: su corazón es la armonía, su rostro la disidencia. El grupo se decide a recuperar al hombre del abismo, ir de nuevo al principio y curar la herida original: mirar con nuevos ojos al hombre adánico. Y para ello llega Óscar Oliva con palabras prístinas:

Abro las manos:

en mis venas, la luz de mi sangre es llama.

Soy el primero, el último,

el primer Adán que se cortó las venas

para ver su corazón lleno de palomas.

Soy Adán en busca de pájaros, de hierbas, de raíces.

[…]

Soy Adán y sangre.

Soy la sangre del hijo.

El hijo de mi padre,

el dolor de mi madre, soy[5].

En otras palabras: al ser poetas del hombre, no quieren curar la culpa —porque no la hay— sino reafirmar la primigenia inocencia humana. No temieron a cargar con esta responsabilidad y se atrevieron a decir, para buscar aquella inocencia original: “que una tarea nos fuese encomendada a los jóvenes: la transformación de una sociedad convertida en purgatorio”, porque “lo que nos pertenece es la vida. Es deber nuestro buscar un arte que la nombre[6]. De esta manera, habrá que asirse de algo que jamás puede dejar de existir porque significará la muerte: la esperanza. Bañuelos, el primero en aparecer en el libro, se atrevió a decir:

No vivió la rosa más allá de su aroma.

Ni existió el pájaro más acá de su canto.

Jamás fue el agua dueña de su forma

ni existió la lágrima fuera de su llanto.

Todo tiene su asidero.

Esperanzadamente me sostengo

en el aire, en la tierra, en el agua

y en el fuego[7].

Una muy notoria indignación moral no tarda en hacerse presente en sus poemas mostrando la herencia de algunas voces anteriores, en parte en el acento, pero sobre todo en el tema de fondo que es el humanismo. Cuando Bañuelos dice con una prosa elegante:

Un hombre como yo dentro de mí viaja en mi sangre, y sabe de fundaciones de ciudades, de riberas frescas, de ríos lentos como el remar de los canoeros, de calles y de casas idénticas al corazón del hombre[8]

nos recuerda aquella rabia paradójicamente serena de Jaime Torres Bodet cuando en un poema admirable, pero poco conocido, intenta rescatar al hombre de su abandono y la miseria que él mismo se ha construido con la civilización moderna.

Un hombre muere en mí,

Siempre que un hombre muere asesinado

por el miedo y la prisa de otros hombres.

Un hombre como yo,

gestado en las entrañas de una madre oculta […][9]

La obra de Bañuelos se abre con unas palabras que funcionan como una confesión, son palabras con las que expone cuál es su poética, palabras que su corazón le dictó para dejar muy claro su papel en el escenario lírico de México, frases que revelan una búsqueda de fraternidad y lucha:

La poesía de hoy [años sesenta] debe estar orientada como una “violencia organizada” en contra del lenguaje poético y el cotidiano, que están al servicio de una clase en decadencia, la que hace que esos lenguajes sean retóricos y conservadores.

[…]

Poeta de mi tiempo, crónica no más de un mundo ávido de pan y de concordia, dejo aquí, pues, mi primer testimonio[10].

El grupo se declara en contra de todo aquello que no quisiera atender al corazón de los hombres. Luchadores comprometidos cuya tarea sería hablar y pelear para lograr del mundo un lugar que fuera digno de vivirse. Así, mediante el poema se buscará mermar los miedos y atender a las heridas, alejar la injusticia y la muerte porque todo queda en el papel: con la poesía logramos “hacérnosla visible”, diría Jaime Augusto Shelley. Revolucionarios en el fondo más que en la forma porque saben que “caminar entre los hombres, no es lo mismo que caminar con los hombres…[11]” Creer en la palabra será volver a creer en el hombre. Ésta es una actitud que refleja el sentido más básico del quehacer poético —que no obstante suele olvidarse en una sociedad como la que les tocó vivir a estos poetas en su juventud, no menos estéril y cruel que la de hoy—. Este sentido es que la poesía no pretende hacer más bello el mundo y mucho menos ser un divertimento: se hace poesía porque somos humanos. Y al hacerla recordamos que lo somos. Los poetas de La espiga amotinada, nos recuerdan que “Pensar que la poesía es producto de hombres dirigida a hombres y no a otra cosa, es lo que en verdad importa.[12]” Eraclio Zepeda construye ese anhelo de comunión entre los hombres y con el mundo, como si fuera el primer día de todo cuanto existe:

Soy un hombre que vive con el viento,

con el pájaro, con la nube, con la noche.

Vivo con todo lo que busca

un espacio preciso, en donde

anidar el espíritu lleno de gritos.

Tengo un espíritu ancho de universo,

y a la luna enredada entre mis nervios.

Soy libre:

leopardo encuevado en las mañanas;

jabalí que se pierde en el crepúsculo.

Viento soy[13].

Estos cinco poetas nos enseñan la capacidad de asombrarse como el niño que ve por vez primera la inmensidad del mar, como el hombre que ve por última vez el firmamento. Ésta es la causa y el asombro, la desdicha que es también la gloria, de saberse caminando por el mundo:

Estamos en la búsqueda de nuestra propia realización. Y hemos visto muchas cosas por primera vez sobre la tierra: los poetas ven siempre por primera vez. Y hemos creído en el hombre[14].

Es el deseo sencillo y humilde, pero no por ello menos combativo, de recobrar la esperanza. Poetas jóvenes mirando hacia delante, soñaron con un país que podía ser diferente, una sociedad de paz creativa y de construcciones humanas. Puede pensarse que esta actitud, después de muchos acontecimientos atroces de la historia, pudiera parecer ingenua: “hacer sonreír”, dijo Octavio Paz[15]. Adorno nos preguntó si después de Auschwitz era posible seguir escribiendo poesía. La pregunta sigue inquietando. Sin embargo, si volvemos a leer las páginas de La espiga amotinada, no podemos ignorar un llamado que no puede morir. Esos versos nos siguen llamando al oído y es un deber no dejar caer esta exhortación en el olvido:

¡A construir, sobre estas ruinas que son una derrota,

piedra sobre piedra,

sangre sobre sangre,

la torre que hereden nuestros hijos![16]


Ocupación de la palabra

Cinco años más tarde, el grupo vuelve a aparecer (reunido con el mismo nombre), con una nueva publicación titulada Ocupación de la palabra. En esta ocasión, el grupo no expresa su poética ni presenta ningún prólogo. Se limitaron a publicar sus poemas con la misma actitud emprendida cinco años atrás, pero incursionando en nuevas formas y experimentando otros temas. Es el mismo humanismo que surge ahora con la cadencia y seguridad que brindan los años. En la voz de Juan Bañuelos se nota una ligera violencia con poemas menos retóricos, en los que la anécdota se nos aparece como un ave de presa. Esta vez dirá sin temor y llanamente sus intenciones y los sentimientos que le impulsan:

Quiero aclarar mi voz y encabronarme

Después de tanta furia y tanta pena.

Quiero decir la humanidad

Doliéndole el planeta[17].


La consecuencia será una “poesía de la experiencia”. Así es como llega el pueblo de México, a conversar con nosotros desde el poema:

La tarde comenzó a soplar

Su rencor contra la noche.

Yo caminaba

En una larga calle de comercio

Donde la gente compraba vestidos,

Comestibles, o simplemente

Miraba.

—¡Pase usted, ésta es la casa que vende más barato!

¡Pase usted![18]

Es como si la voz de otros personajes encarnara en el poeta mismo con aquella actitud de rebeldía y deseo de justicia. Al leer estos versos, estamos de nuevo ante la idea antigua —no por ello gastada— del poeta como la voz de todos, porque por la boca del poeta hablan todos los seres y en su lengua habita el grito del pueblo:

Aquí en México escribo estas palabras.

Juan me llamo:

No soy nadie

Y soy el pueblo

[…]

Yo fui el autor;

Lo que suena a dolor me suena a pueblo.

Nací en el Sur. Mi nombre:

Juan Bañuelos.[19]

A cinco años de su primera incursión editorial, estos poetas ya han madurado no sólo en el sentido poético sino en un sentido social: lo que antes era una lucha abstracta en contra de problemas reales pero vividos como lejanos, se transforma en la realidad de las calles de la ciudad. De esta manera, lo anecdótico en el poema se erige y se encarna en el pueblo mexicano que tienen delante de sí: abren los ojos a la realidad de aquella década de los años sesenta que marcaría para siempre a toda una generación de jóvenes. Oscar Oliva es tal vez el más desesperanzado de los cinco poetas del grupo, el que con palabras de soledad, con acento afilado que hiere con ternura, nos recuerda aquella realidad con la que se tropieza:

En un país en donde

nunca es posible caminar de noche

a gusto

con las manos tranquilas en la bolsa

sin miedo a contraer los pasos

yo habito[20]

Llegan los temas de la sociedad, la rabia apenas contenida contra la injusticia y aparece así, entre versos, la ciudad, uno de los temas modernos por excelencia. Es la ciudad contemporánea que no hace cantar a los poetas por sus formas ni anuncios porque ya ha dejado de ser un espectáculo. No llaman tanto la atención los anuncios, los automóviles o las máquinas deshumanizadas que fascinaron a los poetas simbolistas o posteriormente a las vanguardias. Concretamente en México, los estridentistas escribieron sobre las cosas de la ciudad, si bien, como toda poesía, desbordaban sentimientos entre sus versos. Manuel Maples Arce cantó amargamente —a pesar de apellido tan dulce— entre helicópteros, aeroplanos, trenes, telégrafos y anuncios eléctricos las experiencias vividas en la ciudad. Importaba más el escenario, la urbe en sí, que los actores. Lo que ahora —en aquellos años sesenta— hace vibrar el pecho del poeta es la gente que en ella habita. En los versos de los poetas, al menos después del cambio que se suscita en los años cuarenta, mismo que es notorio con la publicación de Laurel[21], toman vida los otros. Ahora es tiempo de hablar de una ciudad que fascina o causa horror porque es el escenario real de la otredad. Es también la ciudad como un perpetuo cambio y eterna construcción. En ella habita el hombre contemporáneo, el hombre de la ciudad de hoy, que es un hombre entre muchos otros, su soledad es promiscua y camina perdido en la multitud[22].

La Ciudad de México, en este caso, se vuelve una gran protagonista en los poemas de Ocupación de la palabra porque son sus años de transformación. Una ciudad que en pocos años se volvió otra, un poco amorfa, un poco ajena, recipiente de múltiples historias y la casa de un mundo entero. Jaime Labastida, comenzando con un imperativo, invitaba al lector a mirar de nuevo la ciudad con todo y sus protagonistas:

Mira cómo, desde este exilio de cemento,

se extiende la ciudad, a nuestras plantas.

De aquí partían los mercaderes rumbo a España.

[…]

En este oscuro cuarto

un pedazo de historia se fabrica;

en aquel otro, un hombre sueña con mujer

pero en su lecho sólo la luna

abraza sus muslos y torso.

[…]

Y el cielo desploma su ceniza,

la facilidad de la muerte.

Es la ciudad de México,

que anuncia su verano.[23]

Labastida se ocupó, como el resto del grupo, en mostrar una realidad que deseaban cambiar. Esa inconformidad de juventud, siempre rebelde y siempre acertada, les llevó a mirar las calles y las plazas, la gente y sus oficios, con los ojos siempre puestos en el prójimo:

La miseria tiene color de pueblo,

es amarilla, suda.

El mercado nos tritura los huesos.

Porque aquí,

el trabajo es casi muerte.[24]

Tiempo después, siguiendo la trayectoria del grupo, no faltó quien dijera que nunca había logrado cosechar nada. Los poetas se separaron, y aunque continuaron con su obra poética, cada quien siguió el camino que la vida quiso dictarle. Y es que con la actitud rebelde —para algunos ingenua— que adoptó el grupo de La espiga amotinada, se esperaban muchos frutos, al menos más que dos libros colectivos de versos. Dejaron, sin embargo, una semilla luminosa. El nombre que adoptaron parece revelarnos muchos secretos, además de la disidencia: después de todo ¿una espiga no es a la vez, semilla y fruto ?

La historia ha demostrado, tristemente, que la poesía muy difícilmente cambia el mundo. No hay que esperar que se transforme en acto: es un acto ella misma y el verdadero valor está en que humaniza. Puede divertir, es cierto, y propiciar la risa; puede acompañar al llanto y ser refugio y consuelo ante el dolor. Pero por encima de todo, nos demuestra que somos algo más que mercancía y músculo. Diciendo esto, sólo hay que escuchar el canto en los versos sensibles de Bañuelos:

Vivo,

Eso sucede:

¡vivo!

Y este grito desata una tormenta.[25]


Bibliografía

  • Bañuelos, Juan [et al.]. La espiga amotinada, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1960.
  • Bañuelos, Juan [et al.]. Ocupación de la palabra – Nuevos poemas de La espiga amotinada, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1965.
  • Paz, Octavio (comp.). Poesía en movimiento, (selección y notas de Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis), Siglo XXI editores, México, 2006.
  • Laurel – Antología de la poesía moderna en lengua española. (Comp. Villaurrutia, Xavier; Prados, Emilio; Gil Albert, Juan; Paz, Octavio) 1ª edición en Edit. Séneca, México, 1941. 3ª reimpresión en Edit. Trillas, México, 2003.

Publicado en Opción (Revista del alumnado del Instituto Tecnológico Autónomo de México), ITAM, Año XXIX, No. 154, 2008.


[1] Bañuelos, Juan [et al.]. La espiga amotinada, Fondo de Cultura Económica, México, 1960.

[2] Cfr. Paz, Octavio. Prólogo a Poesía en movimiento, Siglo XXI editores, México, 2006, p. 28.

[3] Bartra, Agustín. Prólogo a La espiga amotinada, op. cit., p. 8.

[4] Ibíd., p. 16.

[5] Oliva, Óscar. “LA HORA DE LOS SOLES ANTIGUOS” (Fragmento) del libro La voz desbocada, en La espiga amotinada, op., cit., pp. 68-69.

[6] Labastida, Jaime en La espiga amotinada, op. cit., pp. 199-200.

[7] Bañuelos, Juan. “ESENCIA REAL” (canto II), del libro Puertas del mundo, en Ídem., p. 30.

[8] Ídem., p. 11.

[9] Torres Bodet, Jaime. “CIVILIZACIÓN” (Fragmento).

[10] Bañuelos, Juan. “ESENCIA REAL” (canto II), del libro Puertas del mundo, en La espiga amotinada, op. cit., p.20.

[11] Shelley, Jaime Augusto en Ídem., p. 111.

[12] Zepeda, Eraclio en Ídem., p. 159.

[13] Ibíd., “SEGUNDO SOL” (Fragmento) en Ídem., p. 166.

[14] Oliva, Óscar en Ídem., p. 64.

[15] Cfr. Paz, Octavio. Prólogo a Poesía en movimiento, op.cit., p. 28.

[16] Labastida, Jaime. “LA FÁBULA DEL FUEGO” (Fragmento), del libro El descenso en Ídem., p. 208.

[17] Bañuelos, Juan. “VIVO, ESO SUCEDE” (Fragmento), del libro Escribo en las paredes, en Ocupación de la palabra – Nuevos poemas de La espiga amotinada, Edit. Fondo de Cultura Económica, México, 1965, p. 11.

[18] Bañuelos, Juan. “HUELGA DE HAMBRE” (Fragmento), en Ídem., p. 71.

[19] Ibíd., p. 71.

[20] Oliva, Óscar. “(EN UN PAÍS) (Fragmento), en Ibíd., p. 115.

[21] Laurel – Antología de la poesía moderna en lengua española. (Comp. Villaurrutia, Xavier; Prados, Emilio; Gil Albert, Juan; Paz, Octavio) 1ª edición: Edit. Séneca, México, 1941. 3ª reimpresión en Edit. Trillas, México, 2003.

[22] Cfr. Paz, Octavio. Epílogo a Laurel, op. cit., p. 507.

[23] Labastida, Jaime. “CIUDAD BAJO LA LLUVIA” (Fragmento), del libro La feroz alegría en Ocupación de la palabra, op. cit., p. 235-237.

[24] Ídem., “MERCADO A MEDIO DÍA”, (Fragmento) en Ídem., p. 244.

[25] Bañuelos, Juan. “VIVO, ESO SUCEDE”, (Fragmento) del libro Escribo en las paredes, en Ídem., p. 12.